Enseñáme que 60 minutos hacen una hora, 16 onzas una libra y 100 centavos un dólar.
Ayúdame a vivir de tal manera que pueda acostarme con una conciencia tranquila, sin un arma bajo la almohada y sin la obsesión de ningun rostro de alguien a quien hubiese causado dolor.
Concédeme, te imploro, que pueda ganarme el pan diario honradamente, y que al hacerlo pueda mantener mis manos en su lugar.
Cierra mis oídos al retintín del dinero deshonesto y al crujido de faldas inmodestas.
Ciégame ante las faltas de mi prójimo y revelame las mias.
Guíame para que cada noche al sentarme a la mesa con mis esposa, que ha sido una bendición en mi vida, pueda mirarla a los ojos sin tener que esconder nada.
Consérvame lo suficientemente joven para reír con mis hijos y entregarme a sus juegos.
Y cuando llegue el día del aroma de las flores, y se oigan las huellas de los dulces pasos y el crujido de las ruedas del coche fúnebre deslizarse sobre la grava frente a mi sitio, haz breve la ceremonia y simple el epitafio, de modo que diga: "Aqui yace un hombre".
J. Hugh Campbell, Dallas, Texas, "A Prayer and an Epitaph"
citado por Spencer W. Kimball en "La Fe Precede al Milagro"
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